Juan Manuel González Castillo: el “Becario 40306”. La Forja de un Espíritu.

El «oxígeno pedagógico» es, sin duda, una expresión que la literatura educativa debería atribuir a Juan Manuel González Castillo. Esta frase, nacida de su propia voz, durante una entrevista encierra la esencia de un educador, representando lo que siente un maestro al estar en el aula, un espacio donde entrega su alma.
Pero antes de dedicarse a la enseñanza, Juan se forjó como patriota y cubano, una formación que, en gran medida, atribuye a su servicio militar y a su participación como soldado en la guerra de Angola. «Para mí, el servicio militar constituyó una gran escuela que transformó radicalmente mi visión de la vida y mi modo de actuación», afirma.
Fue en 1975 cuando fue seleccionado para una compañía especial reforzada, una decisión que, según aclara, no tuvo ningún elemento obligatorio ni de compulsión.
Lo que sus padres no sabían es que, mientras ellos creían que su hijo era el «becario 4306» en la Unión Soviética, Juan Manuel se encontraba en el frente de combate en el continente africano. Con una ingeniosa y conmovedora estrategia, ocultaba en sus cartas la verdadera realidad que vivía en el frente, describiéndoles la vida en aquel país, una realidad que conocía a la perfección gracias a su empedernida lectura de literatura rusa. Su padre, al enterarse meses después, solo pudo pedirle, con el alma en vilo, «que regresara vivo».
De los avatares de la guerra, el encuentro con la naturaleza de aquellas tierras y el recuerdo imborrable de los compañeros caídos en combate, se fue fraguando un temple inquebrantable que lo acompañaría en su posterior y destacada trayectoria como educador.
Su camino en la educación comenzó con la licenciatura en Pedagogía-Psicología. Ya en el segundo año de la carrera, empezó a trabajar en una escuela formadora de maestros y posteriormente pasaría a la educación superior.
A lo largo de su carrera, ha tenido el privilegio de formar a generaciones de estudiantes, muchos de los cuales hoy marcan pautas en la educación del territorio, comenta.
La emoción de reconocerse en el éxito de sus antiguos alumnos y el hecho de que lo recuerden, es, para él, algo hermoso. «Nunca me sentí capaz de irme a otro lugar a trabajar que no fuera educación, pues es allí donde encuentro plena satisfacción y mi verdadero lugar», afirma quien fue por muchos años rector del Instituto Superior Pedagógico Juan Marinello, y posteriormente Universidad de Ciencias Pedagógicas.
Siempre se ha caracterizado por mantener excelentes relaciones con sus alumnos, basadas en el respeto y la comunicación, no en el «ordene y mando». Su filosofía es clara: «prefiero convencer y conversar, pues considero que basar la labor pedagógica en el temor es un indicio de que algo falla en el proceso y en la interacción profesor-alumno».
Este hombre de principios y vasta experiencia fue designado en 2014 jefe de la misión educativa en Nicaragua y, posteriormente, en 2016, representó al Ministerio de Educación en Colombia, llevando la pedagogía cubana más allá de sus fronteras.
El Comandante Fidel Castro significa mucho en su vida, por su ejemplaridad. En su casa, Juan conserva una foto junto a él, un tesoro que guarda con cariño y que evoca momentos de la Batalla de Ideas.
Sin embargo, hay un arrepentimiento que lo acompañará toda la vida en términos fotográficos, confiesa: cuando el Comandante Ramiro Valdés visitó Nicaragua y se reunió con él, Juan Manuel no tuvo el valor de pedirle una foto. «Tenía en la mano los datos de la brigada y él me preguntó: ¿Qué estás mirando? Le respondí que era un recurso mnemotécnico, y él, riéndose, me corrigió: es un recurso manotécnico.»
Más allá de la foto guardada o las anécdotas compartidas, Juan Manuel González lleva una imagen valiosa e imborrable en el corazón, la de sus alumnos.
Aquel joven que fue el «becario» para sus padres, el soldado de espíritu inquebrantable, el profesor y educador que hoy inspira, es el testimonio palpable de una vida entregada sin reservas a la educación. Y es que, cada jornada, él regresa al aula, buscando y ofreciendo ese «oxígeno pedagógico» que da sentido a su existencia y que forja el futuro. Su ejemplo constituye una inspiración para las nuevas generaciones de educadores cubanos, fiel reflejo de la vocación, el compromiso y la entrega que distinguen al magisterio nacional.
Por: Yasnier Hinojosa

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